Heidegger y Derrida: nazismo y nacionalismo



Charla leída en el Foro Nacional de Estudiantes de Filosofía Alonso Corrales de la Universidad de Cartagena, en el marco del panel titulado "Heidegger y la política".

Cuando los estudiantes organizadores del foro me propusieron realizar un ejercicio de debate con mi colega Giovanni Mafiol, lo primero que pensé fue: de todas las herejías que he afirmado o sugerido sobre Heidegger en mis clases, ¿cuál será la que le llegó a sus oídos agravada por la distorsión que sufren las palabras cuando pasan de boca en boca? Ciertamente el asunto debía ser el famoso y problemático tema del nazismo de Heidegger. 

A Giovanni yo lo estimo mucho, no sólo por la amistad que me ha ofrecido desde que nos conocimos, sino por su sinceridad, y porque sé por muy buenas fuentes lo excelente profesor que es, y lo mucho que conoce a Heidegger. Mi caso es diferente, comencé a leer a Heidegger hace pocos años, y lo he hecho siempre en el marco de entender mejor tanto la obra de Derrida, como las críticas del segundo al primero.

Puestas así las cosas, mi amigo seguramente dirá hoy cosas mucho más profundas y sólidas respecto al problema que nos ocupa. Pero mi propósito hoy no es ganar una discusión, sino estimularla, abrir un debate y evidenciar la existencia de una dificultad, dejar sentado que existen cosas aquí que se pueden discutir, y que deben ser pensadas. 

Por otro lado, se ha escrito tanto sobre este tema, por investigadores muy rigurosos y bien documentados, que cualquier discusión que tengamos acá será siempre limitada, revisable y no arrojará luz definitiva sobre el problema. Pero, aun así, es nuestra responsabilidad pensar los problemas, mucho más cuando nos apasionan, y creo que ese es el caso tanto de Giovanni, como mío, en relación al tema de Heidegger.

Heidegger y el nazismo

El holocauto de los judíos es un evento que quebró en dos la historia de la humanidad. Para muchos significó la efectiva muerte de dios anunciada por Nietzsche, la muerte incluso de la poesía, el final de la modernidad para algunos otros. 

No creo pertinente recordar aquí los horrores cometidos por los nazis, aunque creo que realmente pocos, sobre todo los jóvenes, son conscientes de ellos, y valdría la pena que las nuevas generaciones no olvidaran, y supieran incluso los más horrendos detalles. 

Sin embargo, es muy importante, como Derrida mismo afirma, recordar que el nacionalsocialismo no nació en Alemania de forma accidental. Fue, en cambio, un evento global, facilitado por una serie de complicidades políticas, tanto dentro como fuera de Europa. Apoyado por un sinnúmero de posiciones teóricas, científicas y religiosas. 

Además, muy a propósito de esto, es esencial entender también que el nacionalsocialismo no se limitó a ser una doctrina de la carnicería y el exterminio fundado en una concepción biologista y racista de los pueblos. El nacionalisocialismo se presentó, en sus primeros momentos, como un movimiento de revolución social que pretendía devolver a la nación y al pueblo alemán su fundamento, su origen y su unidad en el mundo y en la historia, en sus antepasados y en la tierra, y garantizar su autodeterminación nacional identitaria por medio de la expulsión de los agentes externos que la amenazaban.

Todo esto es importante para entender que, ya en 1930, Heidegger simpatizaba con el nazismo, hasta que en 1933 se adhiere de forma oficial a él, mismo año en el que acepta el rectorado de la Universidad de Friburgo, y pronuncia su conocido discurso de posesión.

La pregunta siempre ha sido ¿cómo uno de los mayores filósofos de la humanidad, cayó en las garras del nazismo, una doctrina diabólica y miserable que arrasó con millones de judíos, homosexuales, gitanos, disidentes políticos, discapacitados y enfermos mentales? Me cuestiono de entrada por qué no se realiza la misma pregunta frente a los cientos de médicos y físicos y teóricos y profesionales supuestamente inteligentes, como el mismo Heidegger, que terminaron convertidos en nazis descarados. Obviamente, en el caso de Heidegger hay que tener en cuenta el prestigio que había ganado en su momento, y su condición de pensador filósofo. 

Pero, ¿hay algo especial en el filósofo que debería hacerlo inmune a cierto tipo de tentaciones políticas o morales? ¿Tienen los filósofos algún tipo de acceso privilegiado a la razonabilidad política, están más cerca de la bondad moral que el ciudadano de a pie? 

Dejo estas preguntas abiertas, y sigo.

Sobre Heidegger, se podría decir que su adhesión al nazismo, y las evidencias, siempre discutibles, de su afinidad con él, podrían llevarnos a la conclusión, como se ha dicho, que hay que cerrar sus libros y dejar de leerlo, porque, como decía Adorno, su filosofía está infectada completamente por el nazismo desde principio a fin.

Lo que quiero decir hoy para comenzar es que sea cual sea la conclusión a la que queramos llegar, el problema del nazismo en Heidegger debe motivarnos, no a dejar de leerlo, sino a leerlo mucho más. Tratar de entender el problema desde su fuente, reflexionar desapasionadamente sobre él, evitando tomar posiciones apresuradas, siempre de forma reflexiva y abierta.
La reflexión de hoy, por tanto, sean cual sean sus conclusiones provisionales, debe entenderse siempre, como bien afirma Derrida, como una invitación a leer a Heidegger, a la luz de estos problemas, y más allá de ellos.


Espero entonces, apoyándome en las reflexiones de Derrida sobre Heidegger, afirmar que en nuestro pensador se puede rastrear un tema que puede que sea incluso más grave que el anti-judaísmo, el antisemitismo o el nazismo radical, aunque puede parcialmente estar relacionado con algunos de los anteriores. Voy a llamar a este tema, y me perdonarán por ponerle un nombre tan pretencioso como equivocado: nacionalismo espiritualista. Con esto sólo estoy dándole nombre, para efectos de la charla, a algo que el mismo Derrida encuentra en Heidegger.  

Este nacionalismo espiritualista de Heidegger, diré al final, por su sutileza y supuesta ingenuidad, puede que incluso sea de gravedad mayor, a nivel político, que un anti-judaísmo, si lo hay, como el que se puede rastrear en Heidegger.

Antes de pasar al asunto principal que me ocupará, hay que desprenderse de ciertas ideas o críticas demasiado sencillas e injustas:

1. Es claro desde hace mucho que Heidegger criticó la ideología biologicista del nazismo. En especial en sus, desde otra perspectiva, desafortunados textos sobre Nietzsche. Pero incluso una lectura concienzuda de la más sobria Carta sobre el humanismo serviría para mostrar la manera como Heidegger criticó duramente, por lo menos esta dimensión fundacional y fundamental, del nazismo. 

2. Se critica a Heidegger por haber mantenido un silencio en relación con el holocasuto judío. Esto no es del todo cierto, pero incluso uno puede decir que, donde parece decir algo, lo hace con una torpeza que no lo favorece en absoluto. Sin embargo, al respecto del silencio de Heidegger sobre el Holocausto Derrida se pregunta: “Supongamos que Heidegger hubiera podido decir respecto a 1933 no sólo: "He cometido una gran tontería", sino también: "Auschwitz es el horror absoluto y condeno esto radicalmente". Una frase como ésta nos es familiar a todos. ¿Qué habría ocurrido entonces? Probablemente hubiera obtenido la absolución sin más. Se habrían acabado los expedientes sobre Heidegger, sobre la relación entre su pensamiento y los hechos del así llamado nacionalsocialismo. La ausencia de frases sobre su relación con el nacionalsocialismo, que nosotros hoy somos capaces de pronunciar, esta ausencia nos lega una herencia. Nos lega la obligación de pensar eso que él mismo no ha pensado. Por lo menos, no simuló con una frase que le hubiera sido fácil. Tal vez se dijo Heidegger: yo podría formular una condena del nacionalsocialismo solamente si esto me fuera posible en un lenguaje que no sólo estuviera a la altura de lo que aquí se dijo, sino también de lo que aquí ocurrió. De esto no fue capaz”. De esto infiero que es un error, demasiado fácil, acusar a Heidegger exclusivamente por su silencio. Aunque su silencio no lo ayudó en absoluto.

3. La discusión sobre el nazismo en Heidegger se ha exacerbado en los últimos años por la publicación de los llamados “Cuadernos negros”. Allí, puede uno leer cosas tan asombrosas como: "el aumento del poder del judaísmo contemporáneo encuentra su fundamento en el hecho de que la metafísica occidental - sobre todo, en su encarnación moderna - ofrece un terreno fértil para la difusión de una racionalidad y una calculabilidad vacía". Es muy difícil no interpretar estos comentarios como anti-judaísmo. Heidegger repite aquí los estereotipos que siempre se han asociado con los judíos. Pero, hay que recordar que comentarios similares se hacen también en relación con el bolchevismo, el liberalismo americano, los ingleses, etc… Lo que no es excusa. Hay un gesto muy difícil de exculpar en querer asociar un tipo de pensamiento o racionalidad particular a un pueblo o a una nación específica. Pero de eso hablaremos más adelante. Es evidente, sin embargo, que no se puede culpar a Heidegger de ser antijudío sin más, sin hacer las precisiones y matizaciones de rigor.

Heidegger y el espíritu

En lo que sigue voy a seguir, al pie de la letra, parte de la reflexión que realiza Derrida sobre el tema de los compromisos político de Hiedegger con el nazismo, en un texto llamado Del espíritu, Heidegger y la cuestión. En este texto, Derrida explora el tratamiento que Heidegger le da a la palabra Geist (espíritu) en tres textos que para él son fundamentales, teniendo en cuenta el momento en el que fueron escritos. El primero Ser y tiempo, escrito muchos años antes de su adhesión al nazismo y mucho antes que el nazismo se transformara en una fuerza política importante en Alemania. El segundo es el Discurso del rectorado, que coincide con su adhesión formal al nazismo. Y el tercero es la Introducción a la metafísica, escrito cuando ya había renunciado al rectorado de Friburgo, pero seguía siendo miembro del partido mientras Alemania se encontraba ad portas de la guerra.

La lectura que propone Derrida es seguir de cerca la huella de lo espiritual en el discurso heideggeriano en estos tres textos. Y mostrar allí una evolución que él afirma es significativa para evaluar el tipo de compromiso de Heidegger con el partido Nazi alemán. Por razones de espacio tendré que simplificar la compleja revisión que realiza Derrida en su texto.


Comencemos con Ser y tiempo.

En Ser y tiempo la palabra espíritu, afirma Derrida, pertenece a un conjunto de palabras que Heidegger en principio rechaza. Para Heidegger, el espíritu como tal pertenece a la tradición subjetivista cartesiana y a la tradición ontoteológica del resto de la metafísica occidental. Cito a Derrida “En Ser y tiempo se trata antes que nada de una palabra cuya significación permanece oculta por una especie de oscuridad ontológica. Es Heidegger quien lo advierte, pidiéndonos al respecto la más grande vigilancia. El término nos reenvía a una serie de significaciones que tienen algo en común: oponerse a la cosa, a la determinación metafísica de la coseidad, y sobre todo a la cosificación del sujeto, de la subjetividad del sujeto en su acepción cartesiana. Es la serie del alma, de la conciencia, del espíritu, de la persona”. 

En ese sentido, para Heidegger, hay que evitar la palabra espíritu. Términos como ése no tienen cabida en una analítica del dasein. 

Sin embargo, Derrida afirma que la estrategia retórica de Heidegger lo lleva cada vez más a asumir la palabra espíritu, pero no frontalmente, sino entre comillas, para de esta forma neutralizar sus características platónico-cartesianas. Cito a Derrida: “La palabra “espíritu” reaparece, no se encuentra ya ni excluida ni evitada, sino utilizada en su sentido desconstruido para designar algo otro que se le parece y en relación a lo cual es como el fantasma metafísico, el espíritu de otro espíritu”.

De esta forma, para Derrida, sobre todo al final de Ser y tiempo Heidegger ofrece una hospitalidad limitada a la palabra espíritu, limitada en el sentido que es consciente de la deconstrucción, la revisión, la reserva que es necesario tener con ella, por el peligro metafísico y ontoteológico que él mismo denuncia. Así, cito “Incluso cuando se la acoge, la palabra es retenida en el umbral de la puerta o en la frontera, flanqueada de signos discriminatorios, tenida a distancia por el procedimiento de las comillas”. 


Sin embargo, seis años después, en pleno despertar político del nazismo, y coincidiendo con su adhesión al partido, en el discurso del rectorado, la palabra espíritu se desprende de las comillas, y en medio de lo que Derrida llama el espectáculo de una solemnidad académica y de una puesta en escena casi teatral, Heidegger afirma aquello que había desechado como peligroso. El espíritu.  

El espíritu (geist) se eleva y adquiere una importancia radical. El espíritu es la llama que se eleva a través de la autoafirmación de la Universidad alemana… “¿Cómo explicar esta inflación, y esta inflamación repentina del Geist? Sein und Zeit era la prudencia imbricada, la severa economía de una escritura que retenía la declaración mediante una marcación muy estricta. ¿Cómo llega entonces Heidegger al fervor elocuente, a la proclamación, edificante algunas veces, empeñados en la autoafirmación de la universidad alemana?” 

Esa autoafirmación es descrita como llevada a cabo por una conducción espiritual, y el Fürer, el guía, afirma que él puede conducir sólo si él mismo es conducido por el rigor y la rigidez del espíritu mismo.

Es importante darse cuenta que en el discurso del rectorado no se trata solamente de la autoafirmación de la universidad. Esta autoafirmación es tan espiritual como propiamente alemana. La autoafirmación es de Alemania y a Alemania está ligado el espíritu de esa afirmación. Así, cito Derrida “el espíritu va adelante, en lo más alto, conduciendo incluso a aquellos que conducen, precediendo, previendo y mostrando la dirección a seguir tanto al spiritus rector como a aquellos que le siguen: Hacerse cargo del rectorado es obligarse a guiar espiritualmente esta alta escuela. Aquellos que siguen, profesores y alumnos, deben su existencia y fuerza sólo a la verdadera comunidad de raíces que proviene de la esencia de la universidad alemana. Los guías son guiados ellos mismos, guiados por la inflexibilidad de esta misión espiritual cuya compulsión imprime su carácter histórico propio al destino del pueblo alemán”. 

Es claro que aquí, como bien afirma Derrida, no hay contradicción con ser y tiempo. El espírtitu del que habla Heidegger no pertenece a la tradición cartesiana que él ha denunciado. Hay, de hecho, y esto es muy importante, una conexión esencial, no entre el espíritu y la subjetividad, sino entre el espíritu y el pueblo alemán mismo. Y esta conexión entre el pueblo alemán y el espíritu, no es accidental ni incidental. La esencia de la universidad alemana está unida a la misión histórica, al destino espiritual del pueblo alemán. Y aquí cito al mismo Heidegger “Y el mundo espiritual de un pueblo no es la super-estructura de una cultura ni tampoco un arsenal de conocimientos y valores utilizables, sino que es el poder de guardar en lo más hondo, sus fuerzas de la tierra y la sangre en cuanto poder capaz de conmover más íntimamente y trastornar del todo su existencia. Sólo un mundo espiritual garantiza al pueblo su grandeza. Pues le obliga a constantemente elegir entre la voluntad de grandeza y el permitir la decadencia. Así modula el ritmo de la marcha que nuestro pueblo inició hacia su historia futura”. 

Sobre esta cita quisiera hacer énfasis en dos cosas. 

Primero: la manera como Heidegger obliga a aquellos que escucha a elegir entre la grandeza y la decadencia, entre el espíritu que guía al pueblo alemán desde su interior, y un exterior que es presentado como una amenaza, un peligro, algo que es necesario combatir, y que determinan el compromiso que deben adquirir los jóvenes estudiantes a los que habla, a los cuales se les habla del servicio no sólo del trabajo y el saber, sino incluso “de las armas”.

Segundo: el tema, siempre ligado a la fuerza, de la tierra y la sangre como poderes del pueblo alemán. Es claro que aquí no se trata de ningún biologismo de la sangre. Pero, se trata de un discurso que exalta ciertas características del pueblo alemán, que, al parecer, lo ligan de manera indisoluble a ese reino de lo espiritual, y demandan de ese pueblo una lucha, a tierra y sangre, contra la decadencia.

Es claro que para Heidegger la identidad alemana está ligada al espíritu, moldeada histórica y lingüísticamente por él. El pueblo alemán está fundado en su historia espiritual y en su tierra nativa. No hay nada aquí de la fundamentación biológica del nacionalismo nazi. Podríamos en cambio hablar de un nacionalismo espiritualista que es inevitable ligar, en el momento histórico y personal en el cual el discurso del rectorado es pronunciado, con el nazismo mismo. Es como si Heidegger nos dijera cual es la esencia misma del nacionalsocialismo, que no necesariamente coincide con el discurso oficial del partido. 

Cito entonces a Derrida “Heidegger confiere así la más tranquilizadora y elevada legitimidad espiritual, a todo aquello en que y a todos aquellos delante de los que se compromete; a todo lo que respalda y consagra a una altura tal. (…) asumiendo el riesgo de espiritualizar el nazismo, ha querido quizás rescatarlo o salvarlo asignándole esta afirmación (la espiritualidad, la ciencia, el preguntar, etc.). Ese discurso parece no corresponder ya al campo “ideológico” en el cual se invocan fuerzas obscuras que no serían espirituales, sino naturales, biológicas, raciales, según una interpretación precisamente no espiritual de “tierra y sangre””.

La tierra aquí representa el campo de lucha espiritual en el que el pueblo alemán se sitúa y encuentra su propio sentido, no sólo es una tierra física, sino histórica, espiritual, ontológicamente determinada, que proyecta sobre el pueblo alemán un destino que se encuentra indisolublemente ligado al ser, como ningún otro pueblo, más allá de cualquier otra nación, de forma absolutamente privilegiada. Y precisamente por esto se presenta como un llamado al sacrificio, al patriotismo, a la aceptación de una guía, un liderazgo, filosófico y político, que se presentan como espirituales.
No es accidental que una de las ediciones de los Cuadernos negros inicie con esta definición tan contundente como peligrosa de lo que es ser alemán “asumir ante uno mismo la carga más íntima de la historia de occidente, y acarrearla sobre los propios hombros”. Podemos aquí preguntarnos, ¿qué pasa cuando un pueblo, o una persona, se comprende a sí misma como aquella privilegiada, la que carga sobre los hombros el peso de toda la historia, y de todo un mundo, y de todo el ser? ¿Qué pasa cuando se opone frontalmente como enemigos de este llamado espiritual a una decadencia con nombre propio, una decadencia ligada a Francia, al bolchevismo, al judaísmo, a los americanos?


¿Qué pasa, entonces, unos años después, con la Introducción a la metafísica? La Introducción, afirma Derrida “repite la invocación del espíritu lanzada en el Discurso. La reedita e, incluso, la explica, justifica, precisa, la rodea de precauciones inéditas”. No voy a detenerme sobre la reflexión derrideana sobre este texto, pero me permito citar, en extenso, apartes bien conocidos del mismo. 

Quisiera que nos fijáramos aquí en tres cosas de gran importancia: 


  • La manera como Heidegger vincula el destino espiritual del pueblo alemán, con el ser.
  • La manera como vuelve a aparecer aquí el tema del pueblo alemán versus el resto del mundo decadente. 
  • La manera como se vincula la decadencia espiritual con la animalidad, afirmación que, mal que bien, tiene consecuencias políticas e ideológicas, más allá de las profundas sutilezas filosóficas del discurso heideggeriano. 

“¿Qué pasa con el ser? ¿Es el ser meramente una palabra de un significado evanescente o es el destino espiritual de Occidente? Esa Europa, siempre a punto de apuñalarse a sí misma en su irremediable ceguera, se encuentra hoy en día entre la gran tenaza que forman Rusia por un lado y Estados Unidos por el otro. Desde el punto de vista metafísico, Rusia y América son lo mismo; en ambas encontramos la desolada furia de la desenfrenada técnica y de la excesiva organización del hombre normal. La decadencia espiritual del planeta ha avanzado tanto que los pueblos están en peligro de perder sus últimas fuerzas intelectuales, las únicas que les permitirían ver y apreciar tan sólo como tal esa decadencia (entendida en relación con el destino del ser. (...) Nos hallamos entre las tenazas. Nuestro pueblo, por encontrarse en el centro, sufre la mayor presión de estas tenazas, por ser el pueblo con más vecinos y por tanto el más amenazado y, con todo ello, el pueblo Metafísico. (...) ¿Qué significa universo, cuando hablamos del oscurecimiento universal? El universo siempre es un universo espiritual. El animal no posee ningún universo, ni tampoco un entorno. El oscurecimiento universal implica el debilitamiento del espíritu, su disolución, consunción, represión y falsa interpretación. Intentamos precisar este debilitamiento del espíritu en uno de sus aspectos, concretamente en el de la interpretación errónea del espíritu. Decíamos que Europa se halla entre las tenazas formadas por Rusia y América, que en sentido metafisico son lo mismo, es decir, con referencia a su carácter universal y su relación con el espíritu. (...) Por ello hemos establecido una relación entre la pregunta por el ser y el destino de Europa, en el que se decide el destino de la Tierra, y donde, para Europa misma, nuestra existencia histórica resulta central.”

Política y nacionalismo

¿Qué podemos sacar en claro de estas reflexiones? Probablemente nada. El mismo Derrida realiza este ejercicio deconstructivo sin pretensión de decir algo nuevo, y sin la pretensión de extraer de él conclusiones definitivas. 

Pero, con el propósito de facilitar la discusión extraeré de lo dicho, algunas reflexiones, siempre revisables y siempre abierta a debate.

No se ha dicho aquí nada controversial, el mismo Heidegger aceptó en varias ocasiones que sus acciones eran motivadas por un afán nacional. Lo importante, diría yo, es la manera como evaluamos hoy ese compromiso nacionalista de Heidegger.

Es claro que Heidegger no compartía los fundamentos biologicistas del nazismo. Pero es claro que compartía con él un nacionalismo que vincula al pueblo alemán con lo más profundo de las fuerzas espirituales e históricas del ser. En vez de profesar un nacionalismo biologicista, que siempre criticó, Heidegger defendía un nacionalismo espiritualista que, para mal o bien, tenía consecuencias políticas que lo hicieron coincidir, al menos parcialmente, con el programa del nazismo.  

¿Cuál de estos pensamientos nacionalistas era más radical? ¿El biologicista, del nazismo, o aquel que vinculaba al pueblo alemán con el destino de Europa, con las fuerzas espirituales que se oponían a la decadencia y con el ser mismo? Sólo diré que es difícil decirlo, y es difícil decir, a partir de allí, cuáles eran los compromisos políticos de Heidegger con la guerra y con los intereses nazis de garantizar para el pueblo alemán (o para la raza alemana) un lebensraum (espacio vital) sin importar los medios y las consecuencias. Sobre esto todavía habría mucho qué decir tanto a favor como en contra.

Este nacionalismo heideggeriano, cualquier nacionalismo de hecho, es, para decirlo claramente, una toma de posición política que hoy, más que nunca, sabemos problemática. El asumir que la identidad de un pueblo puede autodeterminarse, que es posible construir un nosotros a partir de fuerzas, razones, ideas, con las que nos sentimos más conectados que los demás, aislándonos, queriéndolo o no, de otros, viendo a los otros como amenazas para nuestro ser y para nuestra supervivencia como pueblo, como cultura, como nación, como sujetos, es la manera más rápida de pasar al campo de la violencia, y suprimir la escucha a la que estamos llamados y obligados por una responsabilidad hacia el otro que debemos asumir, diría Derrida, como excesiva. Esta última observación, obviamente, es ya alejarnos un poco de Heidegger y movernos hacia un terreno mucho más amplio que es aquí tal vez motivo para otra discusión.

Para terminar, al principio preguntaba… “Pero ¿hay algo especial en el filósofo que debería hacerlo inmune a cierto tipo de tentaciones políticas o morales? ¿Tienen los filósofos algún tipo de acceso privilegiado a la razonabilidad política, están más cerca de la bondad moral que el ciudadano de a pie?” 

Es claro que la respuesta es no. De ninguna manera. El filósofo no es más sabio que el ciudadano de a pie, y frecuentemente es igual de idiota. De eso hay pruebas irrefutables, aquí en Cartagena, en Bogotá, en Alemania, en Francia, hoy, en el siglo anterior, y en los de más atrás. Y por supuesto, Heidegger no es una excepción. 

¿Eso quiere decir que en el filósofo no hay ninguna responsabilidad, o más bien, ninguna responsabilidad especial? 

Allí está la clave, no se trata de un acceso privilegiado a un saber, no se trata de nuestra proximidad con el ser. Se trata de una responsabilidad a la que estamos llamados, y que debe ser nuestra guía fundamental. No el ser, no el espíritu, no el lenguaje ni su esencia, tampoco una concepción particular, sustancial, formal, o incluso procedimental, de lo que es justo o bueno, sino aquel deber que surge de sentirnos responsables por el otro y llamados a cuidar su diferencia radical, de la que dependemos para ser lo que somos. 

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