La Deconstrucción es la Justicia

La frase que le da título a esta entrada es tal vez una de las expresiones más enigmáticas en el pensamiento de Derrida. Un pensamiento ya de por sí plagado de frases o expresiones enigmáticas. La identidad que se establece entre deconstrucción y justicia parece, en un primer momento, y como es usual en Derrida, carecer de todo sentido. Pues, si por deconstrucción podemos entender algo similar a un método de crítica filosófica, no es claro qué debe tener esto de similar con un concepto tan complejo pero tan fundacional de nuestra tradición de pensamiento político como es el de justicia. Para entender la conexión, es necesario, en un primer momento, entender el origen y la motivación del escrito donde sucede.

Fuerza de ley

El texto "Fuerza de ley. El fundamento místico de la autoridad" contiene dos ensayos. El primero de esos ensayos fue una conferencia dictada por Derrida en 1989. Una conferencia dictada por Derrida en el marco de un coloquio organizado por uno de los movimientos intelectuales de abogados más influyente de Norteamerica, por esa época. Los "Critical Legal Studies". El coloquio llevaba como título "La deconstrucción y la posibilidad de la justicia". Como el título deja claro, fue un coloquio organizado por intelectuales del derecho para tratar la obra de Derrida, y es ahí, bajo un auditorio de abogados, que se presenta el mismo Derrida con una conferencia cuyo nombre fue "Del derecho a la justicia". 

En el primero de estos ensayos Derrida, entre otras cosas, le da respuesta a un interrogante común en esa época tanto entre los que apoyaban a Derrida como entre sus detractores: ¿qué tiene qué ver la deconstrucción con la justicia? Lo que motivaba esta pregunta es que muchos filósofos e intelectuales sostenían que la deconstrucción, o la filosofía de Derrida en general, no tenía ningún interés en la justicia (o en la política), es decir, que era un movimiento de crítica filosófico conceptual lingüístico con intereses o resultados meramente estéticos nihilísticos o relativistas. La deconstrucción, decían, no se ocupaba de problemas prácticos y sociales. Es más, se afirmaba que ella no tenía ningún propósito, salvo ser un simple juego de palabras que, en el mejor de los casos, sólo tenía validez en la crítica literaria. Derrida refuta esta idea de la desconexión entre deconstrucción y justicia mostrando las profundas conexiones entre estas dos expresiones o conceptos. 

Lo primero que debemos hacer para entender esta conexión es explicar lo que Derrida concibe como justicia.

La Justicia y la Alteridad

La justicia, para Derrida, está relacionada con la alteridad. Ella debe entenderse como aquella fuerza externa a mí que me obliga a ser responsable, es decir, a responder. Esta fuerza externa para Derrida es lo otro. El otro se presenta como una singularidad que aparece ante mí sin ser prevista y que me obliga a ser responsable, a responderle, a iniciar un diálogo. Así, la justicia se entiende como un tipo de relación con el otro, donde hay que tener en cuenta que el otro no puede ser asimilado o reducido a mí. El otro, para Derrida, no puede ser categorizado o calculado, no se puede prever su llegada y no se puede determinar su naturaleza. Si esto se pudiese, entonces se estaría reduciendo a categorías previas y por tanto no sería otro, sino lo mismo. El otro (o lo que podemos llamar, el otro radical) es incalculable, imprevisible y no reductible a ningún discurso o concepto. Por eso Derrida asocia a la justicia no con un discurso, sino con una experiencia, la experiencia del otro.

Como vemos, el concepto de justicia en el pensamiento de Jacques Derrida no debe entenderse como un concepto intrínsecamente jurídico-político, ya que lo jurídico-político reduciría al otro a una representación, a una ley, a un discurso. Así, la relación entre justicia y derecho es problemática en el sentido que el derecho es, para Derrida, siempre criticable, siempre limitado a unas consideraciones históricas, siempre construido perfomativamente. Es, en últimas, por estas razones, deconstruible. En cambio, la justicia se entiende como un exceso que siempre problematiza la ley y el derecho, exigiéndole actualizarse y refinarse. El otro radical actúa como ese exceso, ese llamado que me obliga a problematizar las limitaciones históricas y conceptuales de la ley. Desde esta perspectiva, si el derecho es deconstruible, lo es en virtud tanto de su relación como de su diferencia con la justicia misma. Y en este sentido (no el único sentido), Derrida afirma que “la deconstrucción es la justicia”, ya que es la justicia el exceso que nos llama a la crítica del derecho.

Estas reflexiones incluso nos obligan a considerar la imposibilidad de la justicia. Puede decirse también que la justicia es imposible en la medida que el derecho es siempre lo actual, lo posible, y la justicia es siempre excesiva en relación con el derecho, ella nunca es actual, nunca es realizable a través del derecho. No sólo no hay forma de anticiparla o de programarla, sino que nunca se presenta a sí misma como un hecho histórico o un discurso articulado. Esta es una de las razones por las cuales Derrida afirma que la justicia es una “experiencia de lo imposible”. Ella está presente sólo en su ausencia, ajena a todo conocimiento, a todo concepto, a toda manifestación o discurso, a todo criterio de realización. No podemos caer en el error, afirmaría Derrida, de confundir a la justicia con una de sus manifestaciones históricas jurídico-políticas. Siempre habrá una brecha infinita, urgente de llenar (aunque imposible de llenar), entre justicia y ley. 

Es necesario insistir: las manifestaciones históricas que pretenden encarnar la justicia son siempre necesarias, porque sólo a través de ellas puede manifestarse la justicia, pero nunca se identifican con ella. Esto último es importante. Pues habíamos dicho que justicia y derecho (política) deben mirarse bajo la lógica de la diferencia. Pero esto no quiere decir que permanezcan disociadas. Todo lo contrario, pese a que el derecho o la ley nunca coincida con la justicia, es la exigencia de justicia la que mueve e inspira el derecho y la ley, y sólo a través del derecho puede esperar la justicia manifestarse, aunque siempre de forma perfectible. 

Ahora bien, esto no quiere decir que se entienda la justicia como una especie de idea regulativa a la que nos vamos acercando cada vez más, no quiere decir que el esfuerzo es únicamente el de ir ajustando gradualmente lo que tenemos. La idea de Derrida implica que la justicia ejerce una fuerza sobre el derecho que se manifiesta a través, no sólo de una exigencia, sino de una urgencia, de un llamado incontenible. No podemos entonces esperar con paciencia un acercamiento gradual, como sucede en el caso de la progresividad de una idea regulativa. Es necesario que la justicia se manifieste ahora, es necesario el reconocimiento inaplazable de la alteridad. Y así, como bien lo dice el mimo Derrida, pese a que esto sea un imposible, estamos obligados a realizar lo imposible.

Un poco más sobre la deconstrucción

Una cosa podemos tener clara de lo que hemos dicho hasta ahora de la justicia: si la justicia es una experiencia de la alteridad radical, entonces necesariamente debe estar relacionada con la deconstrucción. En efecto, si por deconstrucción entendemos, como ya vimos en otra parte, la acción de reconocer la existencia de algo marginado, de un exterior que queda reducido y subvalorado frente a un interior que se identifica consigo mismo, entonces es claro que la fuerza que mueve la deconstrucción para realizar este reconocimiento de lo otro marginado no es sino la justicia misma. De esta forma, decir “la deconstrucción es la justicia”, es otra manera de dejar claro que, detrás de todo ejercicio deconstructor, hay una fuerza motivadora y un mandato que corresponde con la experiencia de la justicia misma.

Es por esto que por deconstrucción no podemos entender simplemente un estilo de crítica filosófica o un método de análisis conceptual. O peor, un tipo de ejercicio retórico confinado a los límites del lenguaje. La deconstrucción, necesariamente, va más allá del lenguaje, se presenta como un llamado a la responsabilidad que tenemos frente a la alteridad. Como un tipo de actividad filosófica que hunde sus raíces en lo más profundo de nuestras urgencias éticas y políticas fundamentales.

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