Sobre la differance I

Identificar la función de differance en la obra de Derrida es asunto complejo. Differance hace parte de un conjunto de términos que expresan tal vez la dimensión más fundamental, cuasi-metafísica incluso, de la filosofía de nuestro pensador (junto con términos como archi-escritura, huella y articulación), y es a la vez una de las expresiones más oscuras en su pensamiento. 

Por otro lado, una reflexión que constate la dimensión ético-política del pensamiento de Derrida no puede escapar a una aclaración previa de differance. Ella es, esencialmente, un pensamiento de la diferencia, esto es, un pensamiento de la apertura hacia el otro. Esto no sólo muestra el enraizamiento de lo político en la filosofía temprana del autor, sino que muestra la profunda coherencia interna de su pensamiento, desde sus primeros textos a los últimos. 

Dicho esto, una aclaración necesaria: como lo veremos, no hay una definición de differance, pues para Derrida ésta no es una palabra, ni un concepto, y al igual que los demás términos mencionados con los que se relaciona (archi-escritura. huella), sólo adquiere sentido, si es que se puede decir eso, en el marco de su red de relaciones. Así, differance es un intento de señalar un haz de relaciones o de fuerzas, un movimiento más que un intento de denotación de un campo de sentido limitado, e incluso dicho así es sólo aproximativo. La razón fundamental para afirmar que differance no es palabra, ni concepto, ni tiene siquiera sentido, es que, como veremos, para Derrida differance se configura como la condición de posibilidad del sentido y del lenguaje, de todo movimiento de significación y de toda existencia. Similar a la lógica del Tractatus de Wittgenstein, estamos ante algo que posibilita la existencia tanto del lenguaje como del mundo, pero que escapa a delimitaciones de lo mundano y del poder decir. Nos veremos sin embargo llevados a la necesidad de hablar del sentido de differánce, de differánce como palabra, o como concepto. Al hacer esto no estamos configurando un discurso que se fagocite a sí mismo hasta anularse, estamos más bien haciendo un uso estratégico de expresiones que son ellas mismas deconstruidas por differance.

Así, haremos claridad sobre el sentido de esta expresión y su importancia dentro del pensamiento de Derrida. Para esto presentaremos dos ensayos. El primero, de carácter introductorio, mostrará las raíces de differance a través de la exposición de un conjunto complejo de conceptos usados por Derrida en "De la gramatología". El segundo ensayo se centrará en la expresión differance y su tratamiento tanto en el texto "differánce" como en otros.

Iniciaremos con una reflexión general sobre el logos y la escritura, y así llegaremos a la idea de una archi-escritura o archi-huella, que nos introducirá directamente a la expresión differance. El propósito entonces es allanar el terreno para esto último, lo que se hará en el segundo ensayo. Sin embargo, al exponer estos términos estaremos ya inmersos en el pensamiento de differance, estos términos no son predecesores de differance, sino que son parte de su núcleo de sentido.

Del logos a la escritura

En "De la gramatología" Derrida realiza una intensa evaluación crítica del concepto filosófico de logos. Pese a que no podemos tratar aquí las implicaciones y significaciones de tal concepto, ni tratar en extenso esa crítica, hay varias características del logos filosófico, y de su relación con la escritura, que es importante tener en cuenta, pues nos permiten entender en qué sentido Derrida va a afirmar que, en nuestra época, la escritura ha excedido al logos, una de las primeras tesis de su texto, y de vital importancia para nosotros. 

Describamos pues estas características:
  • El logos filosófico occidental, según Derrida, está unido a un privilegio de la voz sobre la escritura, y en general sobre cualquier inscripción material (cualquier significante).  
  • En la medida que el logos como voz se presenta como una manifestación directa del interior del alma, desde el cual surge el sentido del lenguaje, éste (el logos) se encuentra asociado con una dimensión de lo interior, en contraposición con la exterioridad del significante (sobre todo del significante material, de la huella, del signo escrito).
  • También, como consecuencia de lo ya dicho, el logos filosófico occidental se encuentra asociado con la idea de la presencia del alma y su idealidad, siendo ella la que le da sentido al lenguaje, se presenta como su origen. De esta forma, como ya dijimos, cualquier medio de inscripción exterior queda relegado a un segundo plano. Toda forma de inscripción material, como la escritura, es vista entonces como secundaria. La voz humana queda asociada con el hálito divino, creador y dador de vida. mientras que la escritura no deja de ser parasitaria en relación a este logos.
  • El logos filosófico occidental de esa manera defiende la idea de una especie de significado transcendental: un significado que no necesita de ninguna inscripción material, ni ninguna materialidad para ser comprendido, y que se presenta como significado pleno y puro al que tenemos acceso desde una dimensión interior (entiéndase esto como una idea platónica alejada del mundo físico, o como una imagen o representación mental que es necesaria (y fundacional) para la comprensión del lenguaje). 
  • Además, el logos filosófico occidental, por las razones expuestas, es necesariamente antropocéntrico. Sólo se puede hablar de lenguaje en el marco de la vida interior de un sujeto humano, y de un alma que es capaz de producir significado y respuesta lingüísticamente articulada.
  • A raíz de todo esto, cualquier inscripción material (como la escritura), cualquier signo, configura un campo de exterioridad (significante) que no sólo es diferente a la interioridad ideal donde reside el logos (el significado), sino que se cree que tiende a entorpecerlo, contaminarlo o usurparle su lugar.  
  • En este sentido la escritura, y esto es importante, es vista como un elemento derivado del lenguaje que es relegado a ser una simple manifestación secundaria e instrumental de verdadero lenguaje. La escritura es además peligrosa. Una huella o ausencia de la verdadera presencia que es la idealidad del concepto. Un veneno para la memoria y el pensamiento como diría Platón, una manifestación secundaria y disimulada de la verdadera manifestación pura del lenguaje.   
Ahora bien, lo que Derrida muestra en "De la Gramatología" es que estamos viviendo en una época en la cual el concepto de logos, o lenguaje, ha sido ya excedido por un concepto de escritura que subvierte la lógica estructural y de valor que hemos descrito:
Merced a un lento movimiento cuya necesidad apenas se deja percibir, todo lo que desde hace por lo menos unos veinte siglos tendía y llegaba finalmente a unirse bajo el nombre de lenguaje, comienza a dejarse desplazar o, al menos, resumir bajo el nombre de escritura. Por una necesidad casi imperceptible, todo sucede como si, dejando de designar una forma particular, derivada, auxiliar, del lenguaje en general (ya sea que se lo entienda como comunicación, relación, expresión, significación, constitución del sentido o pensamiento, etc.), dejando de designar la película exterior, el doble inconsistente de un significante mayor, el significante del significante, el concepto de escritura comenzaba a desbordar la extensión del lenguaje. En todos los sentidos de la palabra, la escritura comprendería el lenguaje. (Derrida, 1986, págs. 11-12)
Así, Derrida afirma que la escritura ha dejado de ser un simple derivado accidental, para transformarse en el movimiento mismo del lenguaje. Esta nueva posición de la escritura implica que el concepto de lenguaje, invadido por la escritura, desborda todos los límites impuestos por la filosofía (Derrida, 1986, pág. 12). ¿Cómo sucede esto? ¿Cuales son los indicadores históricos y discursivos que configuran este supuesto movimiento que reposiciona la escritura en su relación con el lenguaje? Y, en últimas, ¿qué definición de escritura se usa aquí? 

Empecemos con la última pregunta. Para Derrida es evidente que afirmar que la escritura excede el lenguaje implica una definición nueva de lo que es la escritura. Así, por escritura no debemos entender un simple sistema de representación material sígnico de un lenguaje hablado, es decir, los caracteres escritos que representan sonidos o ideas. Por escritura en cambio, debemos entender 
No sólo los gestos físicos de la inscripción literal, pictográfica o ideográfica, sino también la totalidad de lo que la hace posible además, y más allá de la faz significante, también la faz significada como tal; y a partir de esto, todo aquello que pueda dar lugar a una inscripción en general, sea o no literal e inclusive si lo que ella distribuye en el espacio es extraño al orden de la voz: cinematografía, coreografía, por  cierto, pero también "escritura" pictórica, musical, escultórica, etc. Se podría hablar también de una escritura atlética y con mayor razón, si se piensa en las técnicas que rigen hoy esos dominios, de una escritura militar o política. Todo esto para describir no sólo el sistema de notación que se aplica secundariamente a esas actividades sino la esencia y el contenido de las propias actividades. (Derrida, 1986, págs. 14-15. cursivas nuestras)
En un primer momento es necesario resaltar aquí el que este nuevo concepto de escritura derrideano pretende darle un valor fundamental a la materialidad y la exterioridad del signo lingüístico. En efecto, frente a la idealidad del significado la escritura se fundamenta más bien sobre la exterioridad del significante, el aspecto del signo que podríamos llamar material. El signo como huella, como inscripción en una materia física, el signo como marca, como surco dejado por un cuerpo sobre otro. De esa forma, es la exterioridad material del signo lo que ahora se encuentra resaltado hasta el punto que sin materialidad no hay signo, ni significado: 
La exterioridad del significante es la exterioridad de la escritura en general y, más adelante, trataremos de demostrar que no hay signo lingüístico antes de la escritura. Sin esta exterioridad la idea de signo cae en ruinas. Como todo nuestro mundo y nuestro lenguaje se derrumbarían con ella" (Derrida, 1986, pág. 21).
En un segundo momento, es necesario observar que la materialidad del signo no es lo único que se reinvindica y se revalora en esta nueva comprensión de la escritura. Para entender de qué hablamos, hay que tener en cuenta que la escritura derrideana no sólo se comprende a partir de las reflexiones adelantadas en el siglo XX por la semiología (Peirce) y la etnología (Lévi-Strauss), sino que además hay que entenderla en el seno de una ciencia que en el tiempo de Derrida estaba apenas recién creada, la ciencia emergente de la cibernética. Para entender la ampliación de la escritura y las nuevas reivindicaciones que ella autoriza, debemos prestar atención a la cibernética.

La cibernética nace como una ciencia de frontera que intenta ordenar en un sólo discurso problemas comunes de ciencias tan disimiles como la fisiología, la matemática, la ingeniería, la biología y la informática (más adelante se unieron la lingüística, la etología y la sociología). En todas estas ciencias se encuentran problemas relacionados con el control y el autocontrol de sistemas complejos. Lo que la cibernética descubrió, en cabeza de Norbert Wiener y su grupo de investigadores interdisciplinares, es que este problema del control se encuentra íntimamente ligado con el problema de la transmisión de información. Ya sea que se hable de una máquina, del sistema nervioso, de un organismo vivo o de un computador, control e información son inseparables. De esta manera se define la cibernética como "el campo de la teoría del control y la comunicación, ya sea en la máquina o en el animal" (Wiener, 1985, pág. 11). 

Ahora bien, lo que la cibernética realiza en el campo del lenguaje es una ampliación doble. Por un lado, se amplía su espectro introduciendo los conceptos de programa, mensaje, código, que sólo pueden ser entendidos asumiendo un concepto amplio de escritura. Por escritura (o lenguaje), en este contexto, debe entenderse cualquier movimiento de transmisión de información codificada en un mensaje. Es así que la escritura está ahí, presente en todo fenómeno productor de significación, desde la escritura alfabética hasta el ADN. Por el otro lado, la cibernética extiende estas dimensiones no sólo a los aspectos complejos del lenguaje y la información humana, sino también a la transmisión de información animal en todas sus manifestaciones, desde la reproducción hasta las complejidades de la comunicación físico-química en el sistema nervioso, en el metabolismo, en la acción enzimática. Esta extensión se realiza incluso allí donde esta información y comunicación sucede en el organismo viviente o no viviente, más allá incluso del sujeto, de su mente y de su consciencia. 

En este sentido, la escritura, tal como la entiende Derrida, excede el campo de lo antropológico y se extiende, más allá de lo humano, a cualquier sistema organizado que intercambie información con otros sistemas, lo que incluye no sólo los animales y las plantas, incluyendo sus subsistemas, como el sistema nervioso, sino también los sistemas naturales y sociales, además de los sistemas artificiales productos de la tecnología, desde los relojes de agua hasta las computadoras modernas. 

De esta forma, la escritura (y por ende, el lenguaje) pasa de ser un propio del hombre, a ser un movimiento de la materia que aparece como origen de toda significación y comunicación. Como es evidente, la consecuencia aquí es que la cibernética problematiza sin reducir las distinciones clásicas entre lo natural y lo artificial, lo fisiológico y lo nomológico, y nos permite entrever de qué manera el concepto de escritura derrideana configura un espacio donde se hace posible una evaluación crítica del humanismo y del concepto simple de subjetividad. Estos elementos (la crítica al humanismo, la problematización de la subjetividad, el tratamiento de la oposición natural/artificial), y sus consecuencias, merecen ser tratadas en otro lado. Lo importante aquí es reconocer dos cosas: 1) de qué manera el concepto de escritura ha quedado ampliado, de tal forma que ya no es posible casi reconocer su vinculación con la clásica grafía alfabética. 2) de qué manera el concepto de escritura nos permite hacer una revisión, una deconstrucción, del concepto de logos clásico.

Una última anotación importante sobre la relación entre logos y escritura en Derrida. Allí, donde haya una inscripción, un roce de cuerpos, una huella, una marca animal, habrá escritura. Ella es, en muchos sentidos, ubicua. Pero no se trata que Derrida intente invertir el orden de dependencia entre logos y escritura, entendidos en su manera clásica, no se trata tampoco de borrar completamente la diferencia evidente entre escritura y lenguaje. Se trata, como hemos visto, de una concepción nueva de lo que es la escritura. En este marco conceptual, el lenguaje mismo no sólo pasa a ser una especie de la escritura, sino que está fundado en la posibilidad general de la escritura. El dominio del logos en la filosofía, a través de los siglos, sólo ha sido posible, según Derrida, reprimiendo este hecho y expulsandola escritura, la materialidad del signo, a un lugar de exterioridad y subordinación, sometiéndolo a su dominio a través de jerarquías de valor, suprimiendo la diferencia, al reducirlo a un mero instrumento, una mera representación imperfecta del verdadero ser del lenguaje, el lenguaje puro del alma, una significación pura transcendental que no necesita ninguna materialidad. 

Sin embargo, hay un segundo momento de la revalorización de la escritura. En este nuevo momento lo reivindicado no es lo material, ni una ampliación que excede el humanismo del logos. En este momento el concepto de escritura logra desprenderse incluso de aquella materialidad que en principio lo identificaba, de hecho, logra desprenderse de cualquier categoría ontológica. Para llegar ahí hay que dar el salto de la escritura a la archi-escritura.

De la escritura a la archi-escritura

Habíamos dicho anteriormente, citando a Derrida, que por escritura debemos entender "no sólo los gestos físicos de la inscripción literal, pictográfica o ideográfica, sino también la totalidad de lo que la hace posible" (Derrida, 1986, pág. 14. cursiva nuestra). Aquí nosotros vemos dos concepciones de la escritura íntimamente relacionadas. Por un lado la escritura como inscripción material. Y por el otro lado, como fundamento de esa materialidad, la escritura entendida como aquello que hace posible toda inscripción material. Esto es lo que Derrida llama archi-escritura (o archi-huella). La archi-escritura "constituiría no sólo el esquema que une la forma con toda sustancia, gráfica o de otro tipo, sino el movimiento del signo-función, que vincula un contenido con una expresión, sea o no gráfica" (Derrida, 1986, pág. 78). 

Que Derrida describa esta archi-escritura no en términos de su inscripción material, sino en términos de un movimiento, implica que aquí estamos hablando, no de un simple sustrato material, sino de la condición de posibilidad de ese sustrato material. Más aún, habría que concluir que, al ser condición de posibilidad del lenguaje, de la escritura como inscripción, la archi-escritura está por fuera de toda inscripción y de todo lenguaje. En efecto:
La archi-escritura, movimiento de la diferencia [differance], archi-síntesis irreductible, abriendo simultáneamente en una única y misma posibilidad la temporalización, la relación con el otro y el lenguaje, no puede, en tanto condición de todo sistema lingüístico, formar parte del sistema lingüístico en sí mismo, estar situada como un objeto dentro de su campo. (Lo que no quiere decir que tenga un lugar real en otra parte, en otro sitio determinable.)
Derrida no sólo afirma que la archi-escritura no forma parte del lenguaje, sino que no se encuentra en ningún lugar, en ningún campo. De hecho, para Derrida, no se deja reducir bajo la forma de ninguna presencia, esto es, no se deja subsumir en un concepto, en un ser, en una idea, en una sustancia, en una materialidad o idealidad. No se deja subsumir en ninguna categoría óntica u ontológica.

Para entender a cabalidad la razón de estas afirmaciones debemos remitirnos a los conceptos de huella y de differance. Pero aquí debemos intentar una explicación preliminar de por qué esto es así. 

Hemos dicho que la archi-escritura se presenta como el origen de la significación. Pero no cualquier origen, de la misma forma que no puede reducirse a una presencia, ella tampoco puede entenderse en estricto sentido como un origen, o teniendo un origen. Esta aporía (la escritura como origen sin origen) puede ser explicada, más no resuelta, en la idea de la archi-escritura como "archi-síntesis irreductible". La idea de archi-síntesis se encuentra íntimamente ligada a la de differance y a la de huella. Intentaré aquí dar un esbozo de lo que significa, pese a que una correcta caracterización deberá ser pospuesta.

Una síntesis ordinaria trata de unir dos elementos heterogéneos que existían previamente a la síntesis, y cuya unión produce un tercero: la síntesis. Una síntesis tradicional por tanto presupone por lo menos dos ideas:

  • La idea de alteridad (dos elementos heterogéneos que existían separadamente antes de la síntesis) 
  • La idea de origen (tales elementos preexistentes se configuran como el origen de la síntesis, es decir, lo que existía previamente a ella). 

Algo similar pasa en la archi-síntesis. Así, por ejemplo, Derrida nos dijo ya en la última cita que la archi-escritura (o archi-síntesis) abre nuestra relación con el otro. En efecto, para Derrida la idea de signo "requiere una síntesis en la que lo totalmente otro se anuncia como tal —sin ninguna simplicidad, ninguna identidad, ninguna semejanza o continuidad— dentro de lo que no es él" (Derrida, 1986, pág. 9). 

Sin embargo, y aquí viene la diferencia con la síntesis tradicional, habría que decir que en la archi-síntesis no existe ni lo mismo, ni lo otro, más allá de la existencia de la síntesis que los produce. Estos dos elementos que se unen en la síntesis, necesitan de tal síntesis para existir, antes de ella, ellos no existían, ellos no pueden entenderse como previamente separados, y por tanto no pueden entenderse como origen o inicio de la síntesis. Es la síntesis la que les da la existencia y es la síntesis misma la que se configura como su origen. La síntesis de la que se habla aquí es una síntesis donde los términos sintetizados sólo adquieren existencia en virtud de la síntesis misma. Por eso la síntesis es origen sin origen.

esta idea es verdaderamente compleja de comprender, escapa a nuestras categorías ontológicas tradicionales. Hablamos de una síntesis sin origen, una síntesis donde sus elementos constitutuvos no existían previamente, una síntesis que no se puede descomponer ni genética, ni espacial ni ontológicamente en sus partes, pues las partes son lo que son, en virtud de la síntesis. No hay, por ejemplo, un yo, y un otro, sin síntesis. Es más, en la medida en que yo me encuentro con el otro en el espacio y en el tiempo. La archi-síntesis sería la encargada de constituir la misma espaciotemporalidad en la que se da ese encuentro.

Pensar una síntesis que crea sus propios elementos sintetizados; he ahí la fundamental aporía irreductible que nos permite comprender la profundidad y complejidad del concepto de archi-escritura. Ella se entiende, haciendo referencia a Saussure, como el movimiento y el espaciamiento entre signos que produce su diferencia y produce por tanto la significación de los mismos.

Todo esto quedará más claro en el segundo ensayo, donde intentaré volver a la idea de archi-síntesis después de exponer la herencia saussureana de la differance. Ahora, es necesario que profundicemos un poco más en el concepto de archi-escritura, y para hacer esto, hay que mostrar con más detalle uno de los aspectos fundamentales de la misma. Un aspecto que ya hemos mencionado: su no-origen. Debemos entonces pasar de la archi-escritura a la huella, pues para Derrida el pensamiento de la huella es aquel que deconstruye la idea misma de origen y de presencia.

Huella y differance son conceptos que no pueden pensarse de forma separada, lo veremos, por lo que a partir de ahora lo que se afirmará, se encontrará íntimamente vinculado con el tema de la differance

De la archi-escritura a la huella

Hablar de huella es volver a hablar de inscripción material, de marca o trazo. La huella, en su definición usual, implica un cuerpo o materia que se encuentra con otro y lo imprime. Son dos cuerpos que se unen. De nuevo tenemos aquí el tema del otro, de una identidad que se encuentra con algo externo o exterior a ella. La huella es la evidencia de ese encuentro. La huella de hecho es más que la evidencia, pues después de su unión en la huella ambos cuerpos han quedado contaminados, ya no son los mismos. En virtud de esto toda huella es, en sí misma, una síntesis:
Esta huella es la apertura de la primera exterioridad en general, el vínculo enigmático del viviente con su otro y de un adentro con un afuera: el espaciamiento. (Derrida, 1986, pág. 7)
Sin embargo, al igual que el concepto de escritura, Derrida habla también de una noción de huella más allá de lo material. La huella de Derrida nunca depende de una presencia viva ni de una presencia en general. El pensamiento de la huella subvierte cualquier ontología regional o general, la huella no es nada.    

Es evidente por lo que acabamos de decir que para entender el punto de Derrida aquí es obligatorio desprendernos un poco de la metáfora de la huella material, para acceder a un sentido de huella completamente alejado del ordinario, y casi que puramente metafísico.

En la huella de Derrida dos cuerpos no se encuentran exactamente. Ellos son creados por la propia huella, como en la archi-síntesis. Antes de la huella, no existía nada. Ahora bien, esto no quiere decir que nos hemos desprendido completamente de la idea de una presencia. Si existe una presencia que imprime algo sobre otro, esa presencia no es realmente una presencia efectiva, sino algo que en sí mismo esta elaborado por otras huellas, y éstas huellas por otras. En ese sentido, toda presencia es un cúmulo de huellas. La huella entonces se configura como la posibilidad misma de toda inscripción y de toda presencia, de toda idealidad y de toda materialidad. 
[La huella] no depende de ninguna plenitud sensible, audible o visible, fónica o gráfica. Es, por el contrario, su condición. Inclusive aunque no exista, aunque no sea nunca un ente-presente fuera de toda plenitud, su posibilidad es anterior, de derecho, a todo lo que se denomina signo (significado/significante, contenido/expresión, etc.) concepto u operación, motriz o sensible. (Derrida, 1986, pág. 81) 
Es por esto que la huella derrideana no es un ente. No es nada, ella se borra a sí misma a través de su producción a partir de otras huellas. Es por esto que la huella es la supresión de su propio origen, en su acto de producción ella carece de origen pleno, o si se quiere, el origen siempre es desplazado, diferido, y ese movimiento de diferimiento se extiende, no hasta el infinito, sino produciendo el concepto mismo de infinito. 
La huella no sólo es la desaparición del origen; quiere decir aquí —en el discurso que sostenemos y de acuerdo al recorrido que seguimos— que el origen ni siquiera ha desaparecido, que nunca fue constituida salvo, en un movimiento retroactivo, por un no-origen, la huella, que deviene así el origen del origen. (Derrida, 1986, pág. 80) 
Así, tenemos a la huella como origen del origen, esto es, como no-origen, lo que quiere decir que ella es el rechazo del origen pleno que representa la idea de presencia. La huella no sólo problematiza la existencia de un origen en general, bajo cualquiera de sus formas, sino que este mismo gesto implica la desaparición de una presencia plena. En conclusión, el pensamiento de la huella es la estrategia derrideana para hacer desaparecer los conceptos de origen y presencia entendidos como fundamentos metafísicos

La huella es el rechazo del origen pleno que representa la idea de una presencia previa al signo, y me gustaría conectar esto con lo anteriormente dicho de la archi-sínteis originaria: "el aparecer y el funcionamiento de la diferencia suponen una síntesis originaria a la que ninguna simplicidad absoluta precede" (Derrida, 1986, pág. 81). En efecto, para Derrida la huella es el movimiento puro que produce la diferencia. Ella produce, con su síntesis, la aparición de una unidad y una alteridad que desde ahora no pueden entenderse sino en su imbricación.

Para hacer claridad sobre todo esto será necesario introducir el concepto de differance, y la manera como se encuentra unido con el movimiento que da origen al signo lingüístico.


Trabajos citados


  • Derrida, J. (1986). De la gramatología. México: Siglo XXI.
  • Wiener, N. (1985). Cybernetics. Or control and communication in the animal and the machine. Cambridge: MIT Press.

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